LA REGIÓN DE MESOPOTAMIA
Los Asirios
El rey Sargón II, de la dinastía Sargónidas, se encargó
de llevar otro elemento menos bélico a su imperio: el arte, la arquitectura y
la modernización urbanística. Los jardines y plantas es uno de los atributos
resplandores de la época, convirtiendo a la capital Nínive en una de las más
bellas de Mesopotamia.
No obstante, todo ello -incluso con el
acomodamiento de las masas- se hizo con mano de hierro y de manera despótica.
La desigualdad y crueldad con la que eran tratados los habitantes de segunda
clase hizo caer al imperio en una espiral de debilidad y descontrol, que culminaría con la reconquista de los babilonios allá por el año
609 a.C.
El legado artístico
Hemos incidido mucho en las conquistas y batallas
militares del imperio asirio. En su crueldad y administración política.
No obstante, no todo fueron peleas y escaramuzas entre etnias y naciones
arcaicas. También hubo un resplandor artístico del que todavía hoy en día se
descubren restos de valor incalculable.
En cuanto a la arquitectura, los asirios asimilaron parte del arte Caldeo, mejorando y engrandeciendo los
palacios y templos que construían para demostrar así su poderío
y grandeza. Un detalle diferencial eran las placas identificativas que
adornaban las fachadas de los edificios: ladrillo cocido y vidrio era el
material usado para dar belleza a los monumentos. Historiadores del arte
coinciden en que los templos asirios son los más espectaculares de mesopotamia,
destacando el de Sargón II del siglo VIII a.C.
Los asirios eran brillantes en los relieves
descriptivos, tallados con especial mimo y finura. Básicamente, representaban
las batallas ganadas, los heroicos personajes que las llevaban a cabo y a los
gobernantes que sometían al pueblo. Firmeza, poderío y jerarquía era la
temática presente en toda representación asiria. En las pinturas no hay
variación en lo narrativo, pero los colores más usados eran el azul, el
amarillo y el rojo. Colores vibrantes que relataban la cotidianeidad de la
cultura asiria. Los restos que quedan conservados hoy en día son testigos de la
grandeza de esta civilización.
La
cultura de los arios
Los datos más fiables de su
cultura material proceden de los nombres comunes de animales, metales, plantas
y tecnologías que podrían remontarse al protoindoeuropeo más antiguo. Los
nombres no compartidos por varias de las ramas corresponden, por el contrario,
a innovaciones posteriores surgidas después de la dispersión de pueblos indoeuropeos.
La paleontología lingüística examina el
vocabulario compartido y reconstruye aspectos de la cultura material y la
tecnología existente.
La cultura inmaterial, los mitos
y creencias son mucho más difíciles de reconstruir o conocer con seguridad.
Existen raíces comunes entre las culturas de la antigua Persia y la India y
Europa. También parecen hallarse relaciones con otros pueblos cercanos, como
los hititas y los habitantes de Mitani. Diversos autores han tratado de
reconstruir aspectos comunes a la tradición de los pueblos indoeuropeos más
antiguos, y basándose en ellas han postulado que la cultura ancestral pudo
incluir la adoración de dioses similares a Indra, Váruna, Agni y Mitra, así
como el empleo ritual de una bebida alucinógena llamada soma,
posiblemente un extracto del hongo Amanita muscaria o efedra, adormidera, cánabis y una planta bulbosa típica de
Pakistán.18 Sin embargo, a medida que se
produjo la separación y migración de las distintas poblaciones, también
cambiaron sus religiones. Finalmente, del sistema primigenio de creencias arias
surgieron los cultos védicos y del zoroastrismo en los que los dioses
ancestrales arios engendraron panteones diversos.
Babilonia
Ahora bien, no sería
sino con el sexto rey de la dinastía, Hammurabi, cuando Babilonia alcanzaría por vez primera el rango de gran
potencia.
Los primeros
años de su reinado, a principios del siglo XVIII a. C., fueron pacíficos. El
soberano se dedicó a organizar su pequeño estado, creando una rígida burocracia
centralizada, que luego le sería de gran utilidad, reparando canales y templos
y emitiendo edictos de tipo social y económico tendentes a favorecer la
propiedad privada.
Pero, pasado un
tiempo, tuvo que enfrentarse a una coalición dirigida por los elamitas.
Salió vencedor en la lucha, lo que propició una serie de campañas que le
otorgaron el control de la Baja Mesopotamia y le permitieron utilizar el
antiguo título de rey de Sumer y Acad.
Después dirigió
sus fuerzas contra los asirios y la otrora aliada ciudad de Mari, en el alto
Éufrates, a los que destruyó, con lo que toda Mesopotamia cayó en sus
manos. Hammurabi era ahora rey de las Cuatro Regiones del Mundo, lo
que venía a significar casi tanto como dueño de todo el universo conocido.
Sin embargo, y
sin ser el soberano más importante de la época, el rey amorreo fue mucho más
que eso. Se demostró un gobernante sagaz, que procuraba eludir los envites
demasiado arriesgados, de ahí que evitara enfrentarse nuevamente a los elamitas,
la otra gran potencia del período, al tiempo que centraba su atención en
organizar su estado. El código que lleva
su nombre resulta paradigmático al respecto.
Así, manteniendo
el acadio como idioma oficial –aunque los naturales hablaban un dialecto del
mismo, el babilonio–, instauró una administración que llegaba a todas las
ciudades del país. Un país que vio dictarse beneficiosas disposiciones, como
las que repartían tierras entre los soldados y las que pugnaban por evitar el
excesivo endeudamiento de las familias campesinas. Por otra parte, se conservó
la tradición literaria sumero-acadia en textos, como el Mito de Zu, que
exaltaban la monarquía.
Las murallas de
Babilonia y la torre de Babel, del ilustrador del siglo XIX William Simpson.
Dominio
público
Pero la
monarquía, aunque se mostraba sumisa e implorante ante los dioses, había dejado
de impartir justicia en los templos, y ahora lo hacía frente al palacio, en un
claro acto de afirmación política. Esta sociedad, basada en una familia
monógama que consentía el concubinato, se organizaba en torno a tres clases
sociales: los awellum, ciudadanos plenamente libres; los mushkenum,
libres con algún tipo de imprecisa dependencia; y los wardum,
esclavos con algunos derechos.
Habitaban
en casas de adobe y ladrillos organizadas alrededor de un patio
central con escasas aperturas al exterior, ubicadas en estrechas
callejuelas en las ciudades o en granjas y pequeños poblados a la vera de los
numerosos canales de riego que cruzaban el país, y de cuyo buen funcionamiento
dependía, en última instancia, su supervivencia.