lunes, 26 de julio de 2021

LA REGIÓN DE MESOPOTAMIA SEMANA 23

 LA REGIÓN DE MESOPOTAMIA

Los Asirios

El rey Sargón II, de la dinastía Sargónidas, se encargó de llevar otro elemento menos bélico a su imperio: el arte, la arquitectura y la modernización urbanística. Los jardines y plantas es uno de los atributos resplandores de la época, convirtiendo a la capital Nínive en una de las más bellas de Mesopotamia.

No obstante, todo ello -incluso con el acomodamiento de las masas- se hizo con mano de hierro y de manera despótica. La desigualdad y crueldad con la que eran tratados los habitantes de segunda clase hizo caer al imperio en una espiral de debilidad y descontrol, que culminaría con la reconquista de los babilonios allá por el año 609 a.C.

El legado artístico

Hemos incidido mucho en las conquistas y batallas militares del imperio asirio. En su crueldad y administración política. No obstante, no todo fueron peleas y escaramuzas entre etnias y naciones arcaicas. También hubo un resplandor artístico del que todavía hoy en día se descubren restos de valor incalculable.

En cuanto a la arquitectura, los asirios asimilaron parte del arte Caldeo, mejorando y engrandeciendo los palacios y templos que construían para demostrar así su poderío y grandeza. Un detalle diferencial eran las placas identificativas que adornaban las fachadas de los edificios: ladrillo cocido y vidrio era el material usado para dar belleza a los monumentos. Historiadores del arte coinciden en que los templos asirios son los más espectaculares de mesopotamia, destacando el de Sargón II del siglo VIII a.C.

Los asirios eran brillantes en los relieves descriptivos, tallados con especial mimo y finura. Básicamente, representaban las batallas ganadas, los heroicos personajes que las llevaban a cabo y a los gobernantes que sometían al pueblo. Firmeza, poderío y jerarquía era la temática presente en toda representación asiria. En las pinturas no hay variación en lo narrativo, pero los colores más usados eran el azul, el amarillo y el rojo. Colores vibrantes que relataban la cotidianeidad de la cultura asiria. Los restos que quedan conservados hoy en día son testigos de la grandeza de esta civilización.

La cultura de los arios

Los datos más fiables de su cultura material proceden de los nombres comunes de animales, metales, plantas y tecnologías que podrían remontarse al protoindoeuropeo más antiguo. Los nombres no compartidos por varias de las ramas corresponden, por el contrario, a innovaciones posteriores surgidas después de la dispersión de pueblos indoeuropeos. La paleontología lingüística examina el vocabulario compartido y reconstruye aspectos de la cultura material y la tecnología existente.

La cultura inmaterial, los mitos y creencias son mucho más difíciles de reconstruir o conocer con seguridad. Existen raíces comunes entre las culturas de la antigua Persia y la India y Europa. También parecen hallarse relaciones con otros pueblos cercanos, como los hititas y los habitantes de Mitani. Diversos autores han tratado de reconstruir aspectos comunes a la tradición de los pueblos indoeuropeos más antiguos, y basándose en ellas han postulado que la cultura ancestral pudo incluir la adoración de dioses similares a IndraVárunaAgni y Mitra, así como el empleo ritual de una bebida alucinógena llamada soma, posiblemente un extracto del hongo Amanita muscaria o efedraadormideracánabis y una planta bulbosa típica de Pakistán.18​ Sin embargo, a medida que se produjo la separación y migración de las distintas poblaciones, también cambiaron sus religiones. Finalmente, del sistema primigenio de creencias arias surgieron los cultos védicos y del zoroastrismo en los que los dioses ancestrales arios engendraron panteones diversos.

 

Babilonia

Ahora bien, no sería sino con el sexto rey de la dinastía, Hammurabi, cuando Babilonia alcanzaría por vez primera el rango de gran potencia.

Los primeros años de su reinado, a principios del siglo XVIII a. C., fueron pacíficos. El soberano se dedicó a organizar su pequeño estado, creando una rígida burocracia centralizada, que luego le sería de gran utilidad, reparando canales y templos y emitiendo edictos de tipo social y económico tendentes a favorecer la propiedad privada.

Pero, pasado un tiempo, tuvo que enfrentarse a una coalición dirigida por los elamitas. Salió vencedor en la lucha, lo que propició una serie de campañas que le otorgaron el control de la Baja Mesopotamia y le permitieron utilizar el antiguo título de rey de Sumer y Acad.

Después dirigió sus fuerzas contra los asirios y la otrora aliada ciudad de Mari, en el alto Éufrates, a los que destruyó, con lo que toda Mesopotamia cayó en sus manos. Hammurabi era ahora rey de las Cuatro Regiones del Mundo, lo que venía a significar casi tanto como dueño de todo el universo conocido.

Sin embargo, y sin ser el soberano más importante de la época, el rey amorreo fue mucho más que eso. Se demostró un gobernante sagaz, que procuraba eludir los envites demasiado arriesgados, de ahí que evitara enfrentarse nuevamente a los elamitas, la otra gran potencia del período, al tiempo que centraba su atención en organizar su estado. El código que lleva su nombre resulta paradigmático al respecto.

Así, manteniendo el acadio como idioma oficial –aunque los naturales hablaban un dialecto del mismo, el babilonio–, instauró una administración que llegaba a todas las ciudades del país. Un país que vio dictarse beneficiosas disposiciones, como las que repartían tierras entre los soldados y las que pugnaban por evitar el excesivo endeudamiento de las familias campesinas. Por otra parte, se conservó la tradición literaria sumero-acadia en textos, como el Mito de Zu, que exaltaban la monarquía.

 

Las murallas de Babilonia y la torre de Babel, del ilustrador del siglo XIX William Simpson.

 Dominio público

Pero la monarquía, aunque se mostraba sumisa e implorante ante los dioses, había dejado de impartir justicia en los templos, y ahora lo hacía frente al palacio, en un claro acto de afirmación política. Esta sociedad, basada en una familia monógama que consentía el concubinato, se organizaba en torno a tres clases sociales: los awellum, ciudadanos plenamente libres; los mushkenum, libres con algún tipo de imprecisa dependencia; y los wardum, esclavos con algunos derechos.

Habitaban en casas de adobe y ladrillos organizadas alrededor de un patio central con escasas aperturas al exterior, ubicadas en estrechas callejuelas en las ciudades o en granjas y pequeños poblados a la vera de los numerosos canales de riego que cruzaban el país, y de cuyo buen funcionamiento dependía, en última instancia, su supervivencia.

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario